Estudié Biología en la Universidad de Salamanca, ciudad famosa porque en ella los chupitos valen 50 céntimos y hay barras libres por 3 euros. De pequeño era un niño gordito al que le encantaba coger bichos, pero no bichos bonitos como conejos o mariquitas, sino los repugnantes, alimañas tipo escolopendras, salamandras, mantis y arañas. Así que Biología parecía buena opción, aunque, llegado el momento, me decidí por Medicina, pero no me cogieron, de lo que me alegro mucho porque la sangre me da asco y no me gusta tocar a la gente ni rozar pliegues de obesos. Así que me fui de rebote a Biología (bendito rebote), pero ahora los bichos me dan un asco espantoso, de eso que te hablan de ellos y si te roza cualquier cosa chillas.
Así que me especialicé en ‘cosas moleculares’, que consiste básicamente en pasar gotitas muy pequeñas de unos tubos a otros e interpretar pantallas con rayas que parecen pintadas con el modo spray del paint. La mayor parte de mis experimentos los hago con cultivos celulares. Tengo unas células muy simpáticas, que si les pongo unas guarrerías en el medio empiezan a acumular tanta grasa que se ponen como Cañete. Me encantan porque son muy adorables y crecen lento, por lo que no me toca ir a cuidarlas los fines de semana. Son tan majas que me da mucha pena hacer experimentos con ellas.
No como cuando trabajo con células de hígado, que dan mucha guerra. Da igual que tu familia y tu gato hayan sido secuestrados por insurgentes prorrusos, que tienes que venir a verlas, para que luego ni hayan crecido ni nada y te marches a tu casa sin haber hecho nada. A éstas da mucho placer cuando llegan las vacaciones y les echas lejía encima para matarlas.
Lo peor del mundo es preparar reactivos, porque suelen ser comunitarios y si te equivocas tienes a todo el laboratorio echándote broncas. Si te toca prepararlos porque los necesitas urgentemente, lo mejor es hacerlo a escondidas y que nadie sepa que lo has hecho tú. Así, si algo sale mal, la bronca se la lleva otro. A lo de afinar máquinas ni me atrevo, tengo la filosofía de no tocar cosas que valgan más de mil euros por metro cúbico.
En mi investigación busco por qué las personas que están en tratamiento contra el VIH tienen tantos problemas para acumular grasa. No acumulan donde deberían y donde acumulan no deberían hacerlo. Si descubrimos la causa sería posible mejorar la calidad de estas personas. Pero las bases de estos problemas tienen muchos puntos en común con la obesidad, así que con un poco de suerte inventamos lo que yo llamo ‘La Pastilla’, que hará muy rico a alguien y que permitirá ayudar a perder peso a millones de personas obesas o rellenitas.
En mi laboratorio cada uno es dueño de su trabajo, pero cada uno aporta algo al grupo: unos una gran visión de conjunto, otros son muy analíticos, otros se acuerdan de donde está todo lo que hay en el laboratorio, otros son muy buenos con una técnica… A mí me quieren mucho porque se me da bien ordeñar ratas y porque siempre que voy a mi tierruca traigo quesada y sobaos pasiegos. Nos lo pasamos muy bien, normalmente comemos juntos y por alguna razón siempre terminamos hablando de caca. Que hablando de caca, los jefes amenazan con que muy probablemente tengamos que empezar a hacer estudios sobre flora bacteriana y obesidad, que en lenguaje coloquial significa que voy a tener que manipular caca de gordos. Me hace mucha ilusión, porque así podré decir que hago una tesis de mierda.
Hablando de mierda, hace poco salió un estudio en el que hacían una cosa llamada ‘transplante fecal’, comprimir mojones en una pastillita, vamos, que eso más que un estudio científico parecía donde hacen las tartas los del Ikea. El caso es que les daban caquita de delgado a unos gordos y adelgazaban más que Rosa de España en la Buchinguer. No sé por qué no hice el monólogo sobre esto, porque se escribe solo.
Twitter: @moureortega