Como tantos otros vocacionales de la Biología, tuve que salir fuera de Aragón para licenciarme
(Universidad de Navarra, 1986). Sin embargo, el doctorado sí pude realizarlo en el querido
Pirineo (1993), descubriendo la peculiar y sorprendente historia natural de algunas plantas
raras y endémicas, incluidas una carnívora y otra reliquia del ambiente tropical que hubo en
estas montañas hace millones de años. Al acabar, tuve que emigrar por el mundo con becas y
contratos impredecibles durante diez años, para conseguir una mayor especialización trabajando
con algunos de los mejores científicos en el campo de la ecología vegetal. Me moví entre la fría
Suecia, la templada Nueva Zelanda y la cálida Sevilla.
Desde 2003 pertenezco a la plantilla del CSIC, donde teóricamente sólo nos dedicamos a investigar y se nos exige publicar en las revistas de mayor especialización e impacto internacional. Sin embargo, siempre he tenido claro que, si utilizamos dinero público, también estamos obligados tanto a dar respuesta a problemas sociales como a contar a los contribuyentes lo que hacemos con un lenguaje sencillo. Por ello, he participado en numerosos cursos y másteres, impartido seminarios, contando los descubrimientos de nuestra rica flora y estudiando la demografía de las plantas más amenazadas, para hacer lo posible por evitar su extinción. Las amenazas que se ciernen sobre nuestra rica diversidad son tan numerosas y avanzan a tal velocidad que los científicos no podemos hacerles frente con los medios actuales. Por ello, hemos propuesto un proyecto de ciencia ciudadana, denominado ‘Adopta una planta’, con la idea de que cualquier persona pueda convertirse en miembro de un equipo de investigación y participar en el conocimiento de la dinámica de nuestra biodiversidad.