De pequeñito me compraron un juego de química, pero no logré que nadie de mi familia probara la gaseosa en polvo que preparé, así que me la bebí yo. Las secuelas de este experimento me llevaron a hacer la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad de Zaragoza y, posteriormente, el doctorado en la misma Universidad, obteniendo en ambos casos, para mi gran sorpresa, los Premios Extraordinarios correspondientes. Como al parecer eso de la Química no se me daba mal, persistí en el error, realizando una estancia post-doctoral en París (¡Oh, París!). El edificio donde realicé dicha estancia fue derruido años después, sin que nunca se haya podido probar ninguna relación entre ambos hechos. Entré en el CSIC en 1990 y, desde entonces, me he dedicado con ahínco a la investigación, participando en numerosos proyectos y contratos con empresas, publicando hasta la fecha doscientos veinte artículos científicos y dirigiendo diez tesis doctorales. Un día, descubrí que todo había sido un gran error, que yo lo que quería ser de mayor era divulgador científico. ¿Sería ya tarde para rectificar? En ello estamos.